Geoff Dyer es un viajero, pero antes que todo, un escritor. Uno que más que detallar colores, calles o tips imperdibles de los lugares que visita, escribe sobre esa inquietud que motiva a todo caminante: el impulso de salir de casa para perderse allá afuera. En su libro Arenas blancas. Experiencias del mundo interior, publicado por Literatura Random House (203 págs.), Dyer relata diez viajes que realizó por el planeta, abarcando desde la Ciudad Prohibida de Pekín hasta la pista del pintor Gauguin en Tahití, desde el Campo de Relámpagos en Nuevo México hasta la casa en Los Ángeles del célebre filósofo T. W. Adorno, y en donde viajar resulta siempre una búsqueda personal que maravilla y atemoriza al espíritu.
Dyer es un viajero y no un turista. En sus crónicas, de hecho, se distancia del perfil de guía turístico, de las fotografías con filtros o de los hashtags que buscan seguidores (como tantos hoy en día estilan), y se adentra en escenas que son universales a la hora de viajar, como el choque con otras culturas, el enamorarse en otro país, el hallar belleza en sitios impensados o el encontrar más comodidad afuera que en el departamento. Por ello, viajar, para Dyer, es un oficio ante todo humano y que resulta gratificante a la vez que solitario, como una suerte de paradoja para esta época tan globalizada.
¿Por qué viajamos? ¿Por aburrimiento, por un inexplicable autoconocimiento?, parece decirnos Arenas blancas…, un libro que va más allá de las típicas crónicas o blogs de viajes y que profundiza, más bien, en esa decisión de cargar una mochila y recorrer el mundo. Para muchos, y me incluyo, una de las iniciativas más gratificantes que hay.